Así llamaba nuestro amigo a los meses, años, que había pasado viviendo en habitaciones alquiladas: “el síndrome de la cueva”. Una época dura, angustiosa, sobre todo durante los periodos de confinamiento de la pandemia.
Eres soltero, no ganas más de seiscientos euros al mes. Imposible alquilarte una vivienda. Te metes en una habitación que se lleva la mitad de tus ingresos. En el piso, vive la familia propietaria, y otros inquilinos, gente que ni siquiera reconoces al cruzártela en la escalera. No puedes salir de tu cuarto más que para ir al baño o calentarte rápidamente la comida. Estás encerrado, sin poder relajarte. Tienes un techo, pero eres un “sin hogar”.
No miras hacia delante. No parece haber futuro. Ni soñar con formar una familia, con tener tu vivienda, con echar raíces en alguna parte. No alcanzas a ahorrar. Se te acaba el dinero antes de fin de mes. Malvives. Eres un animal asustado, escondido en tu cueva.
Javier Álvarez-Ossorio