¿Para qué vivir?

“No sé qué va a ser de mí ni para qué sigo viviendo”. Me lo dice una mujer joven, de treinta y tantos años, que deambula sola por la vida. Su buen corazón se esconde bajo una escombrera de enredos psicológicos.

“Es una pesadez llegar a viejos; mejor desaparecer cuando ya el cuerpo no responde. Se te achica el mundo. No sirves para nada y das la paliza a otros”. Me lo dice otra mujer, veinte años mayor que la anterior, agobiada con la atención que reclama su madre anciana.

“¿Por qué Dios no me lleva de una vez?” Esta tiene casi 90 años. Sus días se repiten, iguales, sumidos en achaques y soledad. “La vida se ha vuelto demasiado larga. Ya he hecho todo lo que tenía que hacer.”

“Ya tengo un piso donde vivir, gracias. Trabajo y gano lo justo, vale. Y ahora, ¿qué? No ligo casi ná; nunca tendré pareja en serio. Ahí sigo, sobreviviendo. Así, hasta la vejez. ¡Bravo!” El que así habla es un varón. Cuarenta y tantos años. Anda distraído con un montón de cosas, pero, cuando le llega algún momento de lucidez, le da inexorablemente un subidón de tristeza.

“La náusea”, dirían Sartre o Nietzsche. “La puta mierda de los cojones” (sic), dice mi amiga Cintia.

“¡Sed felices!”, se desea la gente en momentos de fiesta. Pero, ¿qué es eso de ser “feliz”, si no se sabe cómo alimentar la alegría cotidiana de vivir? “¡Pasadlo bien!”, solemos decirnos cuando nos despedimos. Pero, a base de entretenimiento, no parece que aliviemos el peso abrumador de la existencia.

“Tranquilos”, dicen otros, “lo importante es la salud”. Como si eso bastara. La salud, ¡valor “supremo”! Y si la salud falla, ¿qué?: ¿ya no merece la pena vivir? Además, ¿acaso no hay ninguna causa por la que deseemos arriesgar incluso la salud?

Menudo lío. ¿Para qué vivir? ¿Quién dará una respuesta que transforme esta penumbra fatigosa de vagabundos desorientados, en una tenue luz amable que nos conduzca “a casa”?

Jesús, “al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque andaban confundidas y desamparadas, como ovejas sin pastor” (Mt 9,36). Ahí estamos; con ganas de encender fogatas en la noche.

Javier Álvarez-Ossorio

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