Vivir es un caso crónico

Vivir es un caso crónico.

Me preguntan por la evolución de las cosas en Caravana. “¿Y conseguís sacar a mucha gente del hoyo?”. No sé cómo responder. ¿Qué es el hoyo? “Pues que la gente salga adelante, que tenga trabajo, que tenga buenos ingresos, que no caiga en dependencias, que sean autónomos… Que no dependan de ayudas, que no se instalen en la sopa boba, que no se cronifiquen”.

Entiendo la observación. De hecho, nadie quiere casos crónicos. La mayoría de los recursos sociales proponen ayudas temporales, con objetivos que alcanzar, para que las personas, después de un tiempo “terapéutico”, se desenvuelvan solas. Si no hay horizonte de “redención” relativamente cercano, difícilmente encontrarás a alguien que te tienda la mano.

Debo decir que en Caravana no hay “sopa boba”. La gente es más o menos autónoma y contribuye a la causa común; pero cada cual lo hace según sus recursos y capacidades. A ver, ¿qué podemos pedir a L, con sus 430€ de ingresos mensuales, y su larga historia de abandono y maltrato a cuestas? ¿Y a M, en cuidados paliativos por cáncer, sin familia ni centro que lo acoja? ¿Y a G, demasiado mayor ya para trabajar, por la que nunca cotizaron a la Seguridad social? ¿Y a E, cuyo negocio no alcanza para meterse en el bolsillo más de 600€ al mes? ¿Y a J, con una discapacidad mental que le tiene permanentemente despistado y no alcanza a administrarse solo? ¿Y a…?

Aceptemos la realidad: muchas personas nunca conseguirán tener su propia casa, y se van a quedar más solas que la una si no nos organizamos para crear grupos que den algo de arropo humano, hogareño, familiar.

La pregunta no es sólo “qué vamos a conseguir”, sino –sobre todo- “cómo vamos a vivir”. En la jerga social se definen objetivos a alcanzar para huir del demonio del asistencialismo, paternalismo, y otros “ismos” que dan grima a los programas de “empoderamiento”. Nadie quiere cargar con otros permanentemente, “cronificadamente”. Nadie quiere casarse con nadie para siempre.

Sin embargo, vivir es para siempre. Vivir, con las limitaciones que cada uno llevamos a cuestas, es un caso crónico. Si la falta de progreso nos incomoda, condenaremos a muchos al abandono. Por eso, nadie tiene que irse de Caravana si no quiere. La única condición para quedarse es contribuir, con buena voluntad, a hacer la vida más llevadera para todos. No se trata tanto de cubrir un determinado objetivo en un plazo cerrado de tiempo, sino de recorrer el camino de la vida, con sus luces y sus sombras, sabiendo que no estamos solos.

¿Salimos así del hoyo? Sí. Al menos, del hoyo de la soledad. Sin espejismos, sin milagros deslumbrantes, sin cifras espectaculares que plasmar en un impecable informe estadístico. Decidiendo llevar las cargas unos de otros. Con ese otro milagro silencioso de la alegría que puede suscitarse en lo escondido de los corazones.

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