Nos preguntaban el otro día por cómo van las cosas en Caravana. Inevitablemente, para explicarnos, tiramos de discurso social o psicológico. Hablamos de problemáticas, perfiles, beneficiarios, estrategias, indicadores, valores, objetivos… Y mientras hablamos, una brisa helada se va colando entre las palabras, que se alejan poco a poco, por caminos “políticamente correctos”, del calor de la carne tierna y concreta, con nombre, rostro y espesor.
“La palabra se hizo carne”. Con esa expresión ruda y chocante, el evangelio resume lo que Dios hace en Jesús de Nazaret.
Se diría que Dios está cansado de tanto hablar. Las palabras pueden acariciar, consolar, iluminar, es cierto. Pero también, sobre todo si son grandilocuentes y pomposas, las palabras cansan, hartan, saturan. Palabras vacías, huecas, lastimosas, patéticas, forzadas, gastadas. Seguramente, como estas mismas palabras que estoy escribiendo ahora.
Harto, pues, de palabras, se puso a hablar con la carne. La carne de los hechos, las acciones, la presencia, la mano, la mirada, el oído, el cansancio, el sufrimiento, la tarea. Carne que nace, y que también muere. Carne que nos iguala. Carne enamorada.
En las palabras cabe todo. Una cosa y la contraria. La lealtad y la hipocresía. La verdad y la mentira. La carne, sin embargo, es limitada, pequeña, confinada. La carne duele, se hiere, sangra, sufre, goza, ríe.
Entre las palabras y la carne, se cuelan los sentimientos, los gustos, las apetencias. Uno contempla pasmado cómo esos sentimientos se erigen en capitanes de la vida. Hago tal cosa si me apetece. Elijo esto porque me gusta. Estoy aquí o allí porque me siento bien. Las comunicaciones digitales, la publicidad, incluso el periodismo, son el escaparate de este carnaval de sentimientos caprichosos y manipulables, traducidos en palabras juguetonas y cosméticas. La carne del otro desaparece, con sus necesidades, sus gritos, sus reclamos.
“La palabra se hizo carne”. Ni palabras, ni sentimientos. El criterio supremo es la carne. La carne de los otros. ¿Podrán contar conmigo, o no? ¿Estaré presente, o no? A esta pregunta decisiva, Dios responde en Belén. Noche silenciosa. Noche de paz.
¡Feliz Navidad!
Javier Álvarez-Ossorio