Damián

Cuadro de Damián de Fitch

¿Cómo se miden los “logros” de nuestras acciones? ¿A qué problema queremos dar respuesta? ¿Cuántos casos han sido “solucionados”? En las convocatorias de subvenciones nos preguntan por resultados, nos piden datos cuantificables. Se nos pide eficiencia, es decir, que usemos bien los medios de que disponemos, pero también eficacia, es decir, un impacto positivo y medible en la realidad.

Es cierto que conviene hacerse estas preguntas, para no andar dando tumbos sin rumbo definido, y para no funcionar sólo a golpe de sentimentalismo. Pero me asalta la duda de si no nos habremos vuelto demasiado esclavos de maneras de valorar la realidad sacadas de modelos empresariales, de productividad industrial, generalmente de origen anglosajón, que han dado lugar a los conocidos sistemas de calidad, mejora continua, paneles de control integral, orientación a resultados, formulaciones de misión-visión-proyectos-indicadores-verificadores, y cosas así, que constituyen la terminología habitual de toda gestión que se precie.

Me viene a la mente la historia de Damián. Sí, Damián el de los leprosos. ¿Le conocen? Damián de Molokai. San Damián De Veuster. Ese religioso y sacerdote belga, que en la segunda mitad del siglo XIX se fue voluntariamente a la isla de Molokai, en Hawái, donde se aislaban a las personas que sufrían de lepra. No había cura. Se tenía pánico al contagio. Por eso se recluían a todos los enfermos en esa isla, para que acabaran allí sus días. Damián vivió con ellos 16 años. Se contagió. Murió leproso entre sus amigos leprosos, a la edad de 49 años.

Damián hizo muchas cosas en Molokai. Cosas “cuantificables”. Construyó casas e iglesias, puso en marcha dos orfanatos y un hospital, fabricó centenares de ataúdes, fundó una banda de música, organizó liturgias y fiestas, distribuyó alimentos y ropa, trajo tratamientos experimentales a la isla, enseñó a niños y niñas, visitó a muchos enfermos… Supongo que todo eso podría sistematizarse en un cuadro con datos numéricos y conexiones lógicas. Pero, y a esto voy, Damián no curó a ningún leproso.

La causa de su presencia en Molokai fue la enfermedad de la lepra. En el momento de su muerte, la lepra seguía siendo incurable. Sacrificó su vida en aquella isla, pero lo hizo sin aportar ninguna “solución” a la raíz de los males que allá se sufrían.

¿Qué hizo, pues, Damián? Acompañar y cuidar. Se hizo compañero de camino de quienes se encontraban en una situación extrema de exclusión. Él lo entendería desde su fe cristiana, que era el eje estructurador de su vida: aquellas personas eran sus hermanos y hermanas, hijos e hijas de un mismo Padre, y entregar la vida amándolas y sirviéndolas no era realmente una “pérdida” sino una “ganancia”.

Si se me permite usar nuestra “jerga” social actual, diría que Damián eligió establecer sus relaciones “primarias” (es decir, familiares, directas, no sólo institucionales) con los enfermos de lepra. Se dedicó a entretejer lazos con ellos, comprometiéndose en el cuidado de las personas, para generar un “ecosistema relacional” que hiciera sus vidas más humanas, más llevaderas, más amables, donde fuera posible la alegría, donde el camino se abriera a un horizonte con sentido.

Seguramente, Damián no se reconocería en esta manera de hablar que acabo de utilizar, aunque nos estemos refiriendo fundamentalmente a lo mismo. Lo cierto es que la inspiración de Caravana -esta marea algo caótica en la que tratamos de mezclarnos, encontrarnos y apoyarnos- se expresa bien en ese lenguaje de las relaciones, y no siempre encaja en el lenguaje de las soluciones y los resultados. Por eso Damián nos sirve de inspiración. Damián nos recuerda que, incluso frente a personas y situaciones ante las que no parece haber esperanza razonable de solución, siempre se puede permanecer, seguir al lado, acompañar.

Quizás eso ayude a entender mejor el secreto de la dignidad humana, y el misterio del amor.

Javier Álvarez-Ossorio

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Damián con el orfelinato masculino en Molokai
Damián con niño

2 comentarios en “Damián”

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