La realidad y la idea

Uno siempre fantasea con lo mejor. En el caso de Caravana, decimos que no se trata únicamente de ofrecer vivienda a quien la necesita, sino que pretendemos, sobre todo, crear lazos, relaciones, red de apoyo entre personas, de manera que luchemos juntos contra la soledad y el desamparo. Ahí viene lo de fantasear: enseguida uno se imagina gente amable, sonriente, dispuesta a echar una mano, llevándose bien, buen rollo, y mucha alegría.

Pues, mire usted, ponga los pies en el suelo. Todos somos como somos. Cada cual arrastramos nuestras historias, nuestros tics, nuestras neuras, nuestros desajustes. Nos cuesta romper la cáscara del egoísmo. Ninguno somos esa maravilla de simpatía y generosidad que desearíamos. Por eso, estamos todos los días confrontados a la tarea más difícil que existe: convivir unos con otros.

No es de extrañar que la “gestión” cotidiana de Caravana tenga mucho de templar gaitas, apagar incendios, y recomponer relaciones. Y también de salir a buscar a quien se desconecta, al más perdido, a la que desaparece.

¿Qué pensar de todo esto? ¿Es un “fracaso” que seamos así? ¿Nos alejamos de lo que al comienzo he calificado como “lo mejor”? Pues va a resultar que no.

El “fracaso” sería distraerse fantaseando con ilusiones. Queda bien en las comunicaciones y en los panfletos mostrar personas sonrientes y decir que todos somos buenos y felices, pero ya sabemos que eso es pura propaganda superficial. La realidad es más importante que la idea (como recuerda a menudo el papa Francisco). Las personas reales son más importantes que las expectativas que podamos tener sobre ellas. La gente concreta es más hermosa que cualquier construcción ideal que podamos montarnos en la cabeza para justificar nuestro esfuerzo.

Bienvenidos a la humanidad pura y dura, más verdadera y deslumbrante mientras menos sofisticadas son las personas, mientras menos capas de artificios cubran su sencilla y enternecedora desnudez.

Incluso Jesús, que era el más manso y humilde de corazón, llegó a exclamar: “¡hasta cuándo tendré que soportaros!” (Mc 9,19). Bastante harto estaría el hombre de las meteduras de pata de sus amigos. Pero, aun así, dio la vida por ellos.

¿Tenemos que querernos “a pesar de” nuestras mezquindades y desajustes? No. No es “a pesar de”, sino precisamente porque somos así. Sólo se puede querer a personas reales, que existen de verdad, que oponen resistencia a nuestras ganas de moldear las cosas y hacerlas “bonitas”. Caminamos a trompicones porque tenemos los pies hundidos en el barro. Ese barro es nuestro encanto. Con ese barro se “caravanea” de verdad.

Javier Álvarez-Ossorio

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