Me sorprende la historia de un amigo que acaba de llamar a su jefe para que le dé trabajo. Lleva sólo tres días de vacaciones, y ya no aguanta más. Demasiado tiempo libre. No sabe qué hacer. Por favor, que le digan en qué ocuparse, lo que sea.
Charlando el otro día en un encuentro caravanero, dábamos vueltas a dos preguntas: ¿qué me gusta hacer en mi tiempo libre?, y ¿qué hago cuando me aburro?
Alguno reconocía que, cuando le entra la paga del mes, se la gasta casi entera el primer fin de semana que libra. Todo se va en cervezas, comida preparada, bares, tabaco, discoteca y caprichos inútiles. Las ganas de hacer “algo especial” le traicionan, y se queda rápidamente sin blanca.
Es triste eso de tener que “matar el tiempo”. A veces nos pasamos el día echados en el sofá viendo la tele, picoteando patatas fritas, esperando que llegue la cena. Para quien no tiene familia, ni amistades, los días libres se hacen eternos. A otros, el aburrimiento nos vuelve huraños, irritables, gruñones.
“Sensación de fastidio provocada por la falta de diversión o de interés por algo”. Así define el diccionario el aburrimiento. El tiempo se vuelve una comida insulsa, que hay que tragar sin apetito.
Ni los sofisticados productos de la potente industria del entretenimiento (demasiado caros, casi siempre, para nuestros pobres bolsillos), ni los pequeños placeres de la naturaleza amable de las cosas (demasiado extraños en la jungla urbana que nos asfixia), alivian ese fastidio. El ocio resulta un amigo engañoso, tan ansiado en horas de estrés como aborrecido al final de una jornada vacía.
Dicen que aburrimiento rima con soledad. No se cura sólo con distraerse, sino, sobre todo, con la compañía de esas personas con quienes puedes disfrutar de verdad. El más monótono de los paseos puede resultar el más delicioso pasatiempo si vas con gente que te quiere.
“Ocio saludable”, es uno de los temas que nos planteamos en Caravana. Se buscan actividades interesantes, y “condimentos” que las hagan apetecibles.
