Querida Alina

Estamos rellenado felicitaciones de Navidad. Las firmamos los del equipo.

“Querida Alina”

Comienzo así la que va para esta mujer (mujer real, nombre ficticio). “¿Querida?”, me interrumpe un compañero. “¿Tú la quieres?”

La tal Alina lleva tiempo amargándonos la vida con sus desplantes. A veces, muy pocas veces, está razonable y parecería que se puede hacer algo positivo con ella. Pero la mayor parte del tiempo se muestra arisca, autodestructiva, nos insulta, y nos manda a tomar por culo. Y, encima, nos sale muy cara. Todos los intentos de echarle una mano succionan dinero como un pozo sin fondo. Nos va a arruinar.

Alina lleva toda la vida enferma. Enfermedad mental. Herida, desquiciada, perdida. Abandonada a ella misma, andaría tirada por ahí, o ya se habría muerto. No esperes que te dé las gracias por nada. Para ella, todos somos unos mierdas.

“Querida Alina”…

¿Quiero a Alina? ¡Con lo tranquilos que nos quedaríamos deshaciéndonos de ella!

Sigo con el bolígrafo en la mano, delante de la tarjeta navideña. A fin de cuentas, ¿qué es querer? A mi lado, está también la que sigue la pista a Alina más de cerca. La que le gestiona posibles ayudas. La que va una y otra vez a su casa, aunque a menudo ni le abra la puerta. La que aguanta los chaparrones de insultos más copiosos. La que me frena los pies cuando sugiero que la mandemos a paseo.

Seguramente, querer no es cuestión de buen rollo, de sentimientos agradables, o de intercambio de regalos. Querer es estar ahí, pase lo que pase. Querer es abrir tu propia puerta, aunque quien llame lo haga a patadas. Querer es movilizarse por el bien de la otra persona.

¿Queremos a Alina? Sí. Yo, protestando y arrastrando los pies. Otras, con ánimo deslumbrante. En cualquier caso, los hechos hablan: ahí seguimos estando.

Retomo el boli y continúo escribiendo: “Querida Alina: ¡Feliz Navidad!”

Javier Álvarez-Ossorio

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