Estoy preparada

“Estoy preparada”. Lo dice Leo con voz leve pero firme. Estamos hablando de la muerte.

Hace unos días, hemos enterrado a nuestro amigo Mario. Su despedida ha sido motivo de pena, pero también de paz, serenidad, y meditación. En la sobremesa de la comida caravanera, comenzamos espontáneamente a contar cómo vive cada cual los duelos que ha tenido en su vida, y qué le ayuda a prepararse a ese “paso” con esperanza. 

Feli (de África) y Leo (de Asia) hablan del tema sin ningún engorro. Son creyentes, rezadoras, y pobres. Confían en Dios. No tienen miedo a la muerte. No parece inquietarles su despojo. Lo que sí les gustaría -cada una lo expresa a su manera- sería volver a descansar en la tierra de sus antepasados.

Los europeos estamos menos unidos al suelo que pisamos, a la materia, al cuerpo. Yago y Manu hablan más bien de sentimientos, de lazos de afecto que permanecen. No cuenta mucho lo que ocurra con el barro del que estamos hechos. Se diría que los hijos de la Ilustración habitamos más las ideas, lo virtual, que la rugosidad de tierra y las texturas de la carne.

Edu es de América. Escucha con atención. Cuando al fin habla, dice que todavía no piensa en esas cosas. Su aprensión ante la muerte es la soledad, el abandono; el no sentir el arropo de la gran comunidad.

Cuatro continentes. Muchas sensibilidades. Culturas diversas. Distintas formas de procesar la vida y de navegar el alma.

“Estoy preparada”, dice entonces Leo. Y nos recuerda, de golpe, que no estamos hablando de algo extraño que podamos observar desde fuera. La muerte nos llegará a todos. Su manto de oscuridad y angustia se cierne sobre nosotros. Su losa de silencio lo cuestiona todo. Desenmascara nuestras comedias. Desmonta nuestros queridos engaños. Seguramente por eso la escondemos, la maquillamos, la retiramos del pensamiento y de las conversaciones. Asoma, fugaz, disfrazada de sonrisas falsas en algún prospecto amanerado de cualquier póliza de decesos. Hermana muerte incómoda. Compañera -sin embargo- permanente. ¿Cómo prepararse a su abrazo?

“Estoy preparada”, dice Leo con apabullante desparpajo. La muerte no le asusta. Leo sabe a dónde va. O no lo sabe, pero confía en quien sustenta todo aliento de vida. La vida no se acaba, se transforma. Quien lo cree, tiene motivos para una paz desconocida.

¡Las sobremesas de nuestras comidas dan mucho de sí! Nadie tenía ganas de marcharse. Una brisa fresca ventilaba nuestros miedos. Se encendían luces en los trasteros interiores. Las miradas se alzaban, liberadas, hacia el otro lado del mar.

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